¡El secuestro que conmovió al mundo!
En los momentos transcendentales de la historia de un pueblola actitud de una persona puede compensar la ignominia, con la que han cubierto a este pueblo todos sus traidores tomados en conjunto
Fidel Castro
Se lo dedico a mi mamá, a mi hijo Máximo, y a todos los padres.
El tema está basado en sucesos reales, en la cronología histórica y fuentes fidedignas. Lo imaginario solamente figura para darle una mayor veracidad a la narración.
Realmente, esta isla es el lugar más hermoso de los que haya podido ver el hombre.
Cristóbal Colón
* * *
2 de diciembre de 1999.
La Habana, Cuba. Palacio de la Revolución, Residencia del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba Fidel Castro Ruz
Ellos no se han olvidado de qué fecha es hoy. Este día, hace 43 años, él junto con ochenta y dos rebeldes, entre los cuales figuraba el Che, contraído por el asma y fatigado por el mareo, desembarcaron del yate “Granma”, para vencer o morir…
La mesa fue servida en la sala de descanso, adyacente al despacho.
Había bogavantes, langostas, langostinos tigres en una salsa agridulce, un delicioso pescado panga, frito en crema a la plancha. A la par con todo eso a Fidel le sirvieron su vino español preferido, con 50 años de solera, así como una botella de champaña “Dom Pérignon”. Toda esta abundancia provocadora podría desorientar y desanimar a cualquiera, pero de ninguna manera al líder. El Comandante estaba a la espera de una reunión importante. El hermano Raúl trajo a la capital a Juan Miguel González Quintana, oriundo de la provincia de Cárdenas. Era un empleado ordinario, cajero en uno de los hoteles de Varadero. Por él, mejor dicho, por el hijo de 6 años de edad, se desencadenó un escándalo internacional.
Un día antes, los compañeros de lucha desaconsejaban seguir en el motivo de la juez americana, con un típico apellido latinoamericano Rodríguez, e intentaban convencerle de que no se debía permitir al cándido Juan Miguel presentarse ante el juzgado en los EE.UU. Raúl aseguraba que a este jovencito en América le estaba esperando un refinado tratamiento psicológico y un soborno directo.
– No podrá resistir – así lo declaró el hermano un día antes, y, a pesar de todo, en el fondo del alma quisiera que hubiera un milagro. Él personalmente se dirigió a Cárdenas, para traer a La Habana al padre inconsolable.
– ¿Qué te parece, no fallará? – por debajo de las espesas pestañas negras miraban a Raúl aquellas mismas pupilas fogosas, que podían hacer quemar a cualquiera en los agudos instantes del asalto al cuartel Moncada, pero cuyas llamas se han empañado desde los días de la victoria de la Revolución. No por la desilusión de los ideales, sino de la traición humana.
– Ya no estoy seguro– pronunció pensativamente Raúl. – Es demasiado joven y demasiado categórico en sus reflexiones.
– Nosotros también éramos jóvenes, éramos maximalistas.
– Pero nosotros luchábamos en nuestra tierra, mientras que él deberá enfrentarse con el enemigo, cabe decir, en la misma guarida de ellos, en Miami, donde han arraigado estos canallas, “gusanos”.
– ¡A la voluntad de Dios!